Obolo
de San pedro


HISTORIA
La colecta del óbolo de San Pedro se originó en Inglaterra en el siglo VIII como un impuesto de un centavo sobre los propietarios de tierra de cierto valor. Era conocido en el mundo anglo-sajón con el nombre de Romfeoh. Según una tradición, el óbolo de San Pedro lo recogió por primera vez el Rey Offa de Mercia, quien confirmó el regalo a los legados papales en el Sínodo de Chelsea (787). Otra tradición cuenta que el óbolo de San Pedro se originó con el Rey Alfredo el Grande de Wessex, que impuso el impuesto en todo el imperio inglés en el 889.
El óbolo fue decayendo hasta ser abolido por el Rey Enrique VIII en el 1534. La colecta comenzó de nuevo en el siglo XIX para ayudar al Papa Pío IX que se encontraba exilado en Gaeta desde el 1848.
Al perder la Iglesia los Estados Papales en el 1870, el óbolo de San Pedro se convirtió en una de las fuentes más importantes de ingreso de la Santa Sede. En la actualidad esta colecta se hace en todo el mundo como petición anual de los Obispos.
El óbolo de San Pedro es una colecta anual para el mantenimiento de la Santa Sede y las caridades del Papa. Se recoge entre los católicos de todo el mundo.
En las palabras del Papa:
“El Óbolo de San Pedro es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos; y por eso vuestro servicio posee un valor muy eclesial” (Discurso a los Socios del Círculo de San Pedro (25 de febrero de 2006).
Es un deber de todo católico aportar, según sus posibilidades al mantenimiento de la Iglesia y sus obras de caridad que hace en nombre de todos los católicos.
Se trata siempre de una ayuda animada por el amor de Dios:
“Por tanto, es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes” […]. “El programa del cristiano – el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús – es un « corazón que ve ». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”. (ibíd., n. 31).